Universidad Católica de Trujillo Benedicto VXI
Trujillo – Perú
Por segundo año debo intentar diseñar un escenario desde el que puedan presentarse los temas más específicamente económicos, procurando salvar del aislamiento a una de las actividades humanas de mayor incidencia en la vida de las personas y de los pueblos.
Los que colaboramos en estas Jornadas de investigaciones científicas desde un ámbito particular, en mi caso desde las ciencias históricas y filosóficas, tenemos la obligación de ofrecer un centro geográfico de referencia, para que todas las reflexiones que escuchen a lo largo de las próximas horas tengan su lugar adecuado, su “topos”, en un marco geográfico global.
Cuando hace unos años visitaba en Rabat (Marruecos) una Biblioteca privada, que había sido donada a la Universidad por el abuelo de los amigos que me acompañaban aquella mañana de domingo, me fijé en un amplio mapa rectangular colgado en una de las paredes de la sala de lectura. En el centro del mapa aparecía una ciudad: Bagdad. Occidente y Oriente quedaban relegados al extremo derecho y al izquierdo.
1 Doctor. Decano de la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Trujillo Benedicto XVI.
No cabe la menor duda de que aquel mapa era la descripción de un mundo hace tiempo sobrepasado, pero que había sido real en la Edad Media. Europa y China ocupaban los dos extremos del mundo habitado conocido.
Si hoy intentásemos recomponer un mapa global, para describir el panorama económico mundial, ¿qué colocaríamos en el centro del rectángulo? Les voy a ofrecer una respuesta personal, que, evidentemente, no tiene por qué ser la suya: El estrecho de Malaca.
En esta zona nos vamos a colocar a la orilla del Bab el Mandeb, que traducido del árabe significa “La puerta de las lamentaciones”.
Seguiremos hablando del peso económico de EEUU, de la UE, de China y más de un nostálgico estará esperando que yo recuerde a la City londinense. Que cada uno de ustedes coloree a su gusto el lugar de su preferencia. Pero no voy a renunciar a mi afirmación principal: el centro económico se ha desplazado a la región Asia-Pacífico y esto no tiene que ser en absoluto una mala noticia para Latinoamérica en general, ni para Perú en particular.
Antes de entrar en materia, dejemos a un lado lo que los historiadores han calificado como “la trampa de Tucídides”. Este historiador griego describió minuciosamente las guerras del Peloponeso entre Atenas y Esparta en el s. V a. de Cristo. La tesis tramposa consiste en afirmar que una potencia en decadencia debe dejar el espacio libre para que otra en auge ocupe su lugar. Aplicada estrictamente al mundo actual habría que afirmar que EEUU en decadencia debe retirarse del escenario internacional para que China ocupe su lugar.
Ninguno de ustedes sería capaz de argumentar esta tesis de forma convincente, así que aprovecho la ocasión para ofrecerles una segunda afirmación: el peso económico de las nuevas potencias económicas está reclamando una SÍNTESIS con los valores que han facilitado el progreso de la ciencia, de la cultura y de la inteligencia de la civilización occidental. Soy consciente de que esta afirmación tiene el sesgo de una apuesta y la dejo en estos momentos para tomarla al final de esta reflexión.
Vamos a por la tercera afirmación. Les advierto que voy a ser provocativo. Si provocar supone despertar el debate inteligente, mi presencia en este momento
y lugar estará justificada. Ya les he dicho que la Historia es el ámbito de mi especialidad. Quiero que recuerden algo que saben de sobra: la economía como ciencia se consolidó (y no olvido sus valiosos precedentes) con Adam Smith. Creo que es de justicia reconocer que fue el primero de los que hemos acordado en llamar “clásicos”. Recuerdan perfectamente que, además de economista, era un filósofo moral, es decir, ponía todo el interés en el debate sobre los valores y las enseñanzas de la historia y no tanto en las matemáticas.
En mi país, y en concreto en Bilbao, frente a los que quieren convertir la Facultad de Ciencias Económicas en un Estudio de contabilidad y empresa, están los numerosos que desde distintas perspectivas requerimos una “SÍNTESIS NEOCLÁSICA”. Es decir, siguiendo a los clásicos hay que hablar de valores, hay que conocer la historia y no quedarse exclusivamente en el terreno del cálculo matemático.
La sombra del positivismo es alargada, ¿no es cierto? Hasta en la medicina se ha criticado al médico que se interesaba por la situación psicológica del enfermo: el analista clínico correcto tenía la obligación de describir la patología como disfunción orgánica exclusivamente. La forma de vivir la enfermedad no era tarea de la medicina, sino de la psicología.
¿Qué ha pasado en el ámbito de la economía?
Personas relevantes como Jean-Baptiste Say, David Ricardo, John Stuart Mill, Thomas Malthus, etc, no tuvieron inconveniente en llamar a su trabajo: “economía política”.
Pero con economistas como Alfred Marshall se llegó a explicar la crisis económica como “imperfecciones” de los mercados; por lo tanto, había que esperar a que los mecanismos del mercado hicieran su trabajo (versión económica del Wu Wei taoísta chino).
Llegó la crisis de 1929 y este paradigma se vino abajo. John Maynard Keynes se encargó de reconducir la recuperación económica desde otras claves. Recuerdo los comentarios que tuvo en 1971 una frase de Richard Nixon, 35 años después de la publicación de su Teoría General: “Todos somos keynesianos”.
En nuestros días, se oye hablar con frecuencia de la “SÍNTESIS NEOCLÁSICA” para referirse al intento de articular la macroeconomía keynesiana con la microeconomía neoclásica.
Cuando en noviembre de 1989 caía el Muro de Berlín, Fukuyama anunció el final de la historia; se habían superado las contradicciones de un mundo bipolar, pero con excesiva ingenuidad algunos pensaron que vendría la Arcadia feliz. En septiembre del 2001 despertamos del sueño de forma abrupta y cruel con el ataque terrorista a las Torres Gemelas,
Hoy asistimos a lo que muchos analistas llaman “repliegue anglosajón”. El Reino Unido ha decidido su salida de la Unión Europea. China tiene un objetivo claro de convertirse en gran potencia global. Asistimos a las llamadas “guerras híbridas” como los ciberataques o las fake news.
La aparición del Estado Islámico en Oriente Medio ha sumado un peligro añadido a una situación compleja.
Después de la Gran Recesión desencadenada en el 2007 ya estamos hablando de un mundo post-occidental.
El centro de gravedad ya no es Occidente.
En Occidente seguimos hablando de la crisis que no fue prevista. Hasta un amigo, profesor de Historia Económica en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad del País Vasco, me comentaba hace unas semanas con fina ironía: “Se suele decir que los economistas nos pasamos el 50% de nuestro tiempo prediciendo lo que va a ocurrir y el otro 50% del tiempo explicando por qué no ha ocurrido”.
Toda la cascada de acontecimientos imprevisibles que han tenido lugar desde la primera guerra mundial nos está exigiendo actuar con humildad y cautela. Hay que abandonar de una vez por todas el mito de la superioridad de Occidente, la superioridad del hombre blanco y patrañas semejantes. El eurocentrismo es un dislate total. Todos sabemos desde hace tiempo que la llamada Unión soviética se construyó como un mito sin un fundamento verdaderamente real.
Hoy nos encontramos con un mundo pletórico de información, pero ello nos ha puesto ante una inmensa vulnerabilidad. Se dice, con toda razón, que nuestro pequeño móvil tiene más información que la Enciclopedia Británica, pero ya costará que Internet ofrezca la seguridad de la Enciclopedia citada por sus artículos redactados por firmas de probada calidad. Las redes sociales están llenas de informaciones tóxicas que hay que contrastar con frecuencia. La necesidad de filtros de calidad es ya clamorosa.
En clave positiva la urbanización del planeta nos llevará a los dos tercios de los humanos a vivir en ciudades. Este marco está propiciando nuevas formas de diversificación social. Ya se habla menos de derecha e izquierda, sino de jóvenes y mayores, analógicos y digitales, urbanos y rurales, ganadores y perdedores de la crisis, de globalizadores y nacionalistas/proteccionistas.
Por último, superada ya la “trampa de Tucídides”, vamos hacia un mundo multipolar y asimétrico en el que nadie podrá imponer sus criterios sin contar con el resto de actores relevantes. Y este no es un horizonte negativo, si no perdemos la perspectiva de Vargas Llosa.
Mario Vargas Llosa ha reflexionado lúcidamente en un breve trabajo que lleva por título “Confesiones de un liberal latinoamericano” (tomo VII de sus Obras completas; p, 953), cuando escribe este extenso párrafo;
“Son las ideas y la cultura las que pueden marcar la diferencia entre civilización y barbarie, y no la economía. La economía por sí sola, sin el puntal de las ideas y la cultura, tal vez produzca óptimos resultados en los papeles, pero no le da sentido a la vida de las personas, ni les ofrece a los individuos razones para resistir la adversidad, mantenerse unidos en la compasión, o vivir en un ambiente de verdadera humanidad. Es la cultura, ese cuerpo de ideas, creencias y costumbres compartidas –entre las cuales debe incluirse obviamente también la religión-, la que da vida y aliento a la democracia y permite la economía de mercado, con su matemática fría y competitiva de recompensar el éxito y castigar el fracaso, para evitar que todo degenere en una lucha darwiniana en la cual, como dijo Isaiah Berlin, “la libertad de los lobos es la muerte de los corderos”.
El libre mercado es el mejor mecanismo existente para generar riqueza...pero el libre mercado es también un instrumento implacable que, sin el componente espiritual e intelectual que aporta la cultura, puede reducir la vida a una feroz batalla egoísta a la que sólo sobreviven los más aptos”.
No son nuevas estas ideas. Para muestra leamos de nuevo un libro clásico publicado en 1935 por Alexis Carrel, premio Nóbel de Biología en el año 1912: “Si la civilización científica abandonase la senda que ha seguido desde el Renacimiento y volviese a la observación ingenua de lo concreto, se producirían inmediatamente extraños acontecimientos. (….) Los economistas se darían cuenta de que los seres humanos piensan, sienten y sufren, de que es preciso darles algo más que trabajo, alimentos y comodidad, de que tienen necesidades tanto espirituales como fisiológicas. Y también de que las causas de las crisis económicas y financieras pueden ser morales e intelectuales. No nos veríamos ya obligados a aceptar…el sacrificio de la dignidad moral al interés económico, del espíritu al dinero, como beneficios que nos dispensa la civilización moderna. (…) La Economía ya no se nos ofrecería como la suprema razón de todo”. (pp. 305 y 306)
Una vez más, desde las mentes más brillantes nos viene la luz de la inteligencia que hoy se realiza en una economía relacionada con las ciencias humanas. Me encanta referirme a ello con esta recomendación amigable: incorporemos la economía al ámbito de la cultura interdisciplinar. Desde una economía interdisciplinada podemos hablar de todo. Ahora ustedes tienen la palabra.