L’uomo è mobile
Melodramatic Masculinities in the XXI Century: L’uomo è mobile
Centro de Investigaciones Tecnológicas, Biomédicas y Medioambientales - CITBM Universidad Nacional Mayor de San Marcos Perú
Centre for Global Public Health
Queen Mary University of London, UK
Se postula que las masculinidades del siglo XXI son emocionales, impresionables e inestables, conjuntando esta serie de rasgos bajo la denominación de masculi- nidades melodramáticas. Las particularidades de esta nueva caracterización de lo masculino se sustentan en la necesidad de hacer frente a los miedos postmodernos a lo ambiguo, lo indeterminado y lo precario, sobre la base de un factor melodra- mático que conjuga las identidades socioculturales y sociopolíticas con precedentes clave en el pasado, y con preeminencia del impulso retrospectivo, de consuno con la tendencia a dramatizar y a representar dramáticamente la propia vida, lo que se condice con la vivencia de las emociones más como una práctica social y cultural que como un estado psicológico interno.
1 ORCID 0000-0002-5983-3205
2 ORCID 0000-0003-1365-1913
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Melodramático; Masculinidades; Imaginísticas; Históricas; Emoción.
The masculinities of the 21st century are considered to be emotional, impres- sionable and unstable, combining a series of features under the name of melo- dramatic masculinities. The particularities of this new characterization of the masculine are based on the need to face postmodern fears of the ambiguous, the indeterminate and the precarious. This is based on a melodramatic factor that com- bines sociocultural and sociopolitical identities with key precedents in the past, and with preeminence of the retrospective impulse. These in turn are in concert with the tendency to dramatize and dramatically represent one’s life, which is consistent with the experience of emotions more as a social and cultural practice than as an internal psychological state.
Melodramatic; Masculinities; Imaginistic; Historical; Emotion
En el siglo XXI entender las masculinidades es algo que no puede hacerse al mar- gen del espectáculo y las plataformas digitales. De lo políticamente correcto hemos trocado en lo imaginísticamente3 correcto. Relacionamientos, aspiraciones, deseos y vínculos dialogan activamente con lo imaginístico - ya sea como imágenes o ima- ginación. El meme o el tutorial, esos grandes modeladores actuales de las subjeti- vidades son herramientas eficaces y contundentes. ¿Podrían serlo sin instaurar re- currentemente una comunidad de imágenes? Tal parece que no, y su performance puede ser muy amplia, cubriendo desde el discurso de odio hasta la enseñanza de idiomas.
Inundados de imágenes como estamos, nuestras geografías y espacialidades, nues-
tros arcaísmos y sofisticaciones, nuestros recuerdos e intimidades se transforman
3 “El ciborg [humano] vive entre imágenes tanto como entre palabras y cosas, convierte cosas en imá- genes y termina deseando ser una de ellas. Pues las imágenes que bosquejó para reflejar la realidad adquieren un significado propio y continuamente le atraen como pozos donde hubiera escondido sus miedos y deseos. No es sorprendente que la idolatría y la iconoclasia hayan sido las dos formas cultu- rales más importantes (y sangrientas) de dogmatismo y escepticismo […] Ciertas formas iluministas creen que estas formas de relación patológica con las imágenes son propias de un pensamiento mágico ya superado por la edad científica y no reparan en que, como formas que son del dogmatismo y el escepticismo, son permanentes fuerzas de tensión”. (Broncano 2009, 77-78).
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y cobran sentido imaginísticamente. Esta es una metamorfosis vital silente y pro- funda, poco reflexionada en sus reales alcances. Las imágenes presiden e instan, convocan y conmueven, movilizan y confortan, modelizan y sacralizan, reparan e impelen.
Hay también una imprescindible conexión entre imágenes y emociones, de la cual ya la neurociencia nos ha proporcionado innumerables pistas (Damasio 2018, 11). Los recuerdos son protagonistas estelares de ese camino, y debemos estar prepara- dos para surcarlo sin sobresaltos, sin angustias, sin ídolos de la razón o de la fe. Las imágenes conectan nuestros hipocampos, nuestras cortezas con una savia ecosisté- mica y homeostática ancestral. ¿El resultado? Hombres más emocionales, más ima- ginísticos, más impresionables, más inestables. El desarrollo de algunos apuntes, más bien indiciarios, sobre cómo se ha construido este proceso es lo que motiva el presente artículo.
Actualmente asistimos a un fenómeno global y expansivo de masculinidades acu- mulativas, atemporales y retrotópicas, resultante de un proceso de cambio social local y global en diversos estratos socioeconómicos y socioculturales ( Jamieson and Simpson 2013, Palmer 2003, Umeogu 2013). La globalización ha impactado en la formación de la identidad y el sentido de pertenencia ciudadana, lo que incluye especificidades de género (Connell and Messerschmidt 2005, Connell 1998, Elias and Beasley 2009, Freeman 2001). Cabe preguntarse en ese contexto, ¿qué sucede en las subjetividades masculinas en el marco de una cuarta industrialización y digi- talización cada vez más abarcadoras de la vida?
Intentando explicar el fenómeno hemos dejado atrás ese olvidado siglo XX, al cual vemos distante y lejano. Sin transición, sin los pliegues del cambio de siglo, la in- terpretación solvente de dicho fenómeno se torna huidiza y problemática. Hemos extraviado la brújula y con ello, la capacidad de responder a preguntas del tipo ¿Son los hombres del siglo XXI más salvajes, bárbaros y violentos que los de antaño? ¿Por qué los feminicidios parecieran la marca registrada de un accionar melodramático, emocionalmente intenso, que encarna un revival masculino acumulativo de diver- sas épocas?
Una primera aproximación a estas masculinidades, alude al espacio auroral del dis- curso postmoderno en el que una palabra sonaba fuerte: indeterminación, premu-
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nida de toda clase de ambigüedades, rupturas y desplazamientos que afectaban el conocimiento y la sociedad (Hassan 1986, 1978). Más recientemente la Unsicherheit (incertidumbre, inseguridad y desprotección), generaba una sensación de ambiva- lencia al lado de un carpe diem trepidante y placentero, impulsando así, una búsque- da febril de “raíces” y “cimientos” (Bauman 2014).
En el mismo sentido, el discurso de los derechos humanos visibilizó y democratizó la representación del conflicto, legitimó la voz de las víctimas, equiparó condicio- nes en situaciones discriminatorias desde el empoderamiento, y alineó el progre- so y el desarrollo a una expansiva ampliación de ciudadanía. Fenómenos como el multiculturalismo de fines del siglo XX o el tecnomilenarismo del siglo XXI han generado una contradicción agresiva de ese discurso.
Con una línea de progreso cada vez más difusa, un empoderamiento recusado y dilemático, y la insuficiencia individual cohabitando con la amenaza pandémica de múltiples órdenes – que abarcan desde lo financiero hasta lo viral -, el discurso de los derechos humanos, sin duda, un elemento clave para comprender la segunda mitad del siglo XX, va cediendo terreno a otras formas de representar el mundo, inquietantes e imaginísticas. Comprender esa transición, entender ese pliegue es clave para dar cuenta de manera propedéutica del nuevo teatro de operaciones de las masculinidades contemporáneas.
Si la masculinidad hegemónica fue un constructo introducido por Richard Connell para describir la relación de poder hegemónica de lo masculino respecto de las sub-masculinidades y las mujeres (Connell 2005, Connell 1998, 1987), las mascu- linidades del siglo XXI tienen como rasgo prevaleciente su identificación con di- ferentes tiempos a través de un repertorio variado de imágenes, recuerdos y emo- ciones (Chen and Yorgason 2018, Grajdian 2018, Waling 2019). Para estas novísimas masculinidades la noción de melodrama es su eje central de representación y de transformación subjetiva. Es precisamente el juego con las apariencias, las decep- ciones, su enlace de las formas y los sentimientos, la resolución de los conflictos en el exceso retórico, y sus claves restauradoras del orden y la autenticidad del yo moderno (Colón Zayas 2013), lo que otorga al melodrama esa condición preferente.
El melodrama se nutre de las novelas picarescas del siglo XVI, del surgimiento del fenómeno de la ópera en el siglo XVII, de la tragedia que actualiza una antigua ma- nifestación de una angustia privada en un escenario público, de la psicología barro-
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ca especular y plena de fisiognomía4, del entretenimiento moral y de las pasiones intelectuales, ambos muy afianzados a mediados del siglo XVIII, de los Tratados de las Sensaciones y los nuevos mitos de la Razón (Badinter 2016, Han 2012, Maravall 2012, Marzo 2010, Steiner 2011, Žižek 2010), solo así se entiende a Rousseau (1995 (1928)) diciendo que el melodrama es “un tipo de drama al cual las palabras y la música, en vez de caminar juntos, se presentan sucesivamente, y donde la frase hablada es de cierta manera anunciada y preparada para la frase musical” (citado por Colón Zayas 2013, 23).
El análisis histórico del melodrama tiene en el escenario revolucionario de la Fran- cia de fines del siglo XVIII y el desarrollo posterior de la burguesía en la época de la industrialización sus puntos de inicio, así también, de manera recurrente ha estado vinculado con géneros como la novela, el teatro o las películas (Brooks 1995, Kaplan 1983). En los abordajes del melodrama se ha pasado revista a los tiempos victo- rianos caracterizados por la inseguridad económica y los cambios estructurales y socioculturales (Guest 2007, Nemesvari 2011), a la época del régimen estalinista en Rusia (Larsen 2000), al impacto de la segunda guerra mundial en Alemania, a la asunción del melodrama como tratamiento (Fehrenbach 1998, Pinkert 2008), así como, a la mención de algunos de sus artefactos socioculturales (Kaplan 1983).
Siguiendo el hilo melodramático, en el ya lejano 1975, Andy Warhol situaba en la fuerza emocional de las películas, del cine y de la televisión, el hecho de que las imá- genes que así se transmiten fueran más reales que lo real ( Jiménez 2019). Más recien- temente, una tendencia a dramatizar y a representar dramáticamente la propia vida es ya una realidad irrefutable, lo que se condice con la vivencia de las emociones más como una práctica social y cultural que como un estado psicológico interno (Ahmed citado por Delgado, Fernández, and Labanyi 2018, 11).
Vincular el melodrama y las masculinidades requiere un elenco transdisciplinario, que comprende, entre otros, los estudios visuales, la sociología de las emociones, la neurociencia, o la geografía imaginística. Solamente esta perspectiva de conjunto, puede ayudarnos a acometer en clave masculina el desafío de Jacob de fines del siglo XX: “Estamos constituidos por una asombrosa amalgama de ácidos nucleicos y recuerdos; de deseos y proteínas. El siglo que acaba se ha ocupado mucho de los
4 La fisiognomía, el “conocimiento del carácter humano por el examen de las formas y las actitudes del cuerpo, especialmente los rasgos faciales”, nació al parecer en Mesopotamia, donde estuvo aso- ciada a prácticas adivinatorias. En su tratado Sobre las epidemias, Hipócrates utiliza el término por pri- mera vez, indicando que “un médico no puede diagnosticar bien sin realizar previamente un examen fisionómico del paciente”. Ver más en: (Brohard 2012, 32).
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ácidos nucleicos y de las proteínas. El que vendrá va a concentrarse sobre los re-
cuerdos y los deseos. ¿Será capaz de resolver estas cuestiones?” (Ameisen 2012, 169).
Las masculinidades históricas son un continuum, pueden comprenderse como si- multáneamente arraigadas en el tiempo y sin tiempo, portadoras de una identidad sociocultural y sociopolítica con precedentes clave en el pasado, y con preeminen- cia del impulso retrospectivo (Greven 2016). Un planteamiento así no tiene ningu- na dificultad en conjuntar eventos y representaciones históricamente distantes, y actualizarlas permanentemente, generando un auténtico puzzle de masculinidades encarnados en un mismo sujeto. Sin embargo una perspectiva general y compren- siva de las masculinidades no obsta un acercamiento concurrente a su construcción influenciada y desarrollada como un producto histórico local, nacional y global ( Jackson 1991).
Parte de ese puzzle puede conformarse con la imagen del hombre ideal del mundo antiguo construida en la frontera entre el romanismo, el germanismo y el cristia- nismo (Vigarello 2011), tomar también representaciones de los “enfants de la patrie” y los guardianes de la nación de la Revolución Francesa (Sennett 2010, 311), e incor- porar la aspiración decimonónica al status, las recompensas materiales y los rituales de la solidaridad masculina como grupo (Giddens 1998, 62). 2000 años de historia de masculinidades pueden recombinarse, fusionarse y portarse en un millenial o centeniall del siglo XXI. Ello es posible porque las masculinidades de hoy, viven entre imágenes, convierten cosas en imágenes y terminan deseando ser una de ellas (Broncano 2009) y en sí son un reflejo de un tiempo de cambio, de género y sociali- zación en permanente movimiento. Desde los estudios visuales hasta la neurocien- cia, hay un reconocimiento generalizado que nuestra actualidad es imaginística o de una diseminación global de imágenes (Buck-Morss 2015).
Las imágenes rememoradas son [e]senciales para la construcción de narraciones, esos relatos tan distintivos de la mente humana y que utilizan tanto imágenes ac- tuales como antiguas en la creación de nuestra propia película interna (Damasio 2018, 139).
Las masculinidades históricas pueden desplegar estrategias y actuaciones de lo más diversas: defensivas, reactivas, autoafirmativas y de recuperación del estatus perdido. Entre la emasculación y la hipermasculinización, entre la ira heroica y la
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intimidad como espectáculo, el margen de acción y despliegue identitario de lo masculino es muy amplio. La configuración de dichas estrategias en torno a sucesos o eventos históricos, han sido objeto de sendas investigaciones. Allí tenemos, la ex- periencia desgarradora y humillante del Holocausto, que sin embargo en el período de encierro o guetización posibilitó que muchos hombres judíos pudieran practicar fuertes identidades masculinas (Carey 2017), o la de los nacionalismos definidos por las ideas de masculinidad armada que, en contextos bélicos “convierten a las mu- jeres en el lienzo en el cual se dibuja la ira entre los hombres” (Banerjee 2005, 153). Más recientemente las medidas restrictivas en torno a la pandemia del COVID-19 no impidieron que un hombre abatiera a más de una decena de personas tras suce- sivos tiroteos en la provincia canadiense de Nueva Escocia5.
A inicios del siglo XXI, la introyección imaginística de las masculinidades históricas vinculó un hecho trágico como el 11-S con las películas de Hollywood y textos te- levisivos que se propalaron en los años siguientes. Lo disruptivo, lo amenazante, lo impactante, lo conmovedor, no han cesado de conjugarse activamente en adelante para representar lo masculino. Una masculinidad descentrada ha sido representa- da en diferentes facetas: “identidades masculinas juveniles en constante amenaza, machos beta cada vez más protagónicos, series y dramas históricos6 que exaltaban viejas seguridades y valencias masculinas al tiempo que actualizaban antiguas in- quietudes y temores” (Greven, 2016, citado en Barboza and Montag 2020:4).
Las masculinidades contemporáneas habitan una era de alteraciones y discrepan- cias, en la que todo (o casi todo) puede pasar, pero en la que nada (o casi nada) puede emprenderse con un mínimo de certeza que se llevará a cabo, una era de individuos por exceso y por defecto, en la que las obligaciones psíquicas y la sensa- ción de insuficiencia son cada vez más protagónicas, y en la que las masculinidades supervivientes del siglo XX sienten nostalgia de un tiempo en el que no eran nostál- gicas (Castel 2012, Bauman 2017, Boym 2015, Ehrenberg 2000, Le Breton 2017). ¿Es posible establecer hitos de esa transición finisecular del mundo masculino?
La era Reagan es una posible respuesta a esa pregunta. Instalada en la década de
1980, pletórica en símbolos de masculinidades reforzadas, extremadas e inflama-
https://www.france24.com/es/20200420-canada-tiroteo-policia-nueva-escocia
A manera de ejemplo: An American Haunting (2005), Knocked Up (2007), There Will Be Blood (2007), Forgetting Sarah Marshall (2008), Meek’s Cutoff (2010), Django desencadenado (2012), Lincoln (2012). Series de cable como Deadwood (HBO, 2004–2006), Mad Men (AMC, 2007-2015), Copper (BBC Ameri- ca, 2012–2013), Hell on Wheels (AMC, 2011-2016), Deadwood (HBO, 2004–2006), Sleepy Hollow (Fox, 2013-2017), Turn (AMC, 2014-2017). Ver más en: Greven (2016).
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das, puede ser graficada desde diferentes aristas. El llanto de la escena final de la película “Rambo” de 1982, tiene a Sylvester Stallone en el rol principal del vete- rano de guerra de Vietnam John Rambo, quien relata entre iracundo y sollozante sus dificultades para reinsertarse en un insensible y apático mundo civil al que no comprende, agobiado además por el recuerdo de un compañero de armas al que vio estallar en mil pedazos. El germen del macho melodramático contemporáneo puede ubicarse en esa performance hollywoodense que entre otras frases registra- ba lo siguiente (Youtube 2016): “En el campo hay un código de honor, tú cubres mi espalda y yo te cubro a ti. […] Allá todos eran mis amigos, como hermanos, pero aquí no hay nadie. [A] veces despierto y no sé dónde estoy, solo con nadie.”
Más adelante, el 08 de marzo de 1983, en un discurso pronunciado ante la Asocia- ción Nacional de Evangélicos estadounidense de la ciudad de Orlando (Florida), el presidente Reagan hizo una invocación a una lucha entre la justicia y la injusticia, entre el Bien y el Mal, convirtiendo así la Guerra Fría en una especie de cruzada postmoderna. Reagan arengaba en particular contra “la tentación de ignorar los he- chos de la Historia y los impulsos agresivos del Imperio del Mal” (Catalán 2018, 117).
Una carismática misión de vida, una defensa a ultranza contra la invasión enemiga, un renacimiento de una masculinidad guerrera y hostil, un acorralamiento de los valores de grupo, una ineficacia mórbida del sentido del deber, son algunos de los sentidos que se desprenden de las imágenes y discursos de la era Reagan reseñados. Son los inicios del despliegue progresivo – del 2000 en adelante mucho más enfáti- co y vívido, con 11-S incluido - de una reacción viril imaginística frente a novísimos enemigos que encarnan los miedos postmodernos a lo ambiguo, lo indeterminado, lo precario. Ello demuestra una época de cambios, como lo fue la del siglo XIX y el principio del melodrama, impactando diferentes áreas de la vida y de la identidad de las personas (Brooks 1995, Guest 2007, Nemesvari 2011).
La centralidad de un lenguaje social que valore y pondere positivamente las emociones es algo muy necesario. Durante mucho tiempo descartadas y consideradas no importantes, la revancha de las emociones en nuestra actualidad asemeja el efecto de una Caja de Pandora para los helénicos. Pretender resolver problemas tan acuciantes desde los antiguos referentes institucionales como el consenso, la razón instrumental o la funcionalidad sistémica ya no es posible. Comprender las emociones para actuar y trascender definitivamente la dualidad
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cartesiana - una auténtica complicación en ascenso -, es un asunto ineludible. No hacerlo nos sitúa en términos de un yo inactual, sin pistas, sin caja de herramientas para vérselas con un siglo como el XXI donde lo trágico renace de la mano de un ciborg más melancólico que nunca (Barboza 2018). Un rol modelador y afianzador de identidades le asiste a las emociones contemporáneamente, y en él las pasiones tristes también tienen cabida, para poner solo un ejemplo: “la ira siempre está ligada a relaciones de poder y, con frecuencia, a la defensa agresiva del propio espacio físico o psíquico” (Bodei 2013, 127).
Histórica y estructuralmente alejadas de las sensibilidades y de las emociones las masculinidades son abordadas en este siglo denotando irritabilidades, enojos, iras, miedos, angustias, como nunca antes. Esto que pareciera una novedad absoluta desconoce por lo general que los neurópatas deprimidos o agotados y los hombres histéricos ya eran viejos conocidos de la clínica psiquiátrica de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX (Ehrenberg 2000).
Es ese protagonismo de las emociones el que está a la base de la representación fíl- mica de lo masculino desencadenado. De manera recurrente de la década de 1960 en adelante, la desesperación, la indeterminación y la irascibilidad como rasgos de un descentramiento cada vez más pronunciado de las masculinidades, será re- presentado en películas como Il Sorpasso de Dino Risi (1962), El Graduado de Mike Nichols (1967) o Network de Sidney Lumet (1975). En estas entregas “una humanidad descarnada, torpe [y] frágil [, da luces sobre h]ombres desesperados por mantener- se a flote” (Morales 2020), y la crisis de la masculinidad se vincula a la figura del an- tihéroe desmotivado o al resultado enfermizo del consumismo (Díaz Martín 2012).
En el caso específico de Network, un pletórico Peter Finch en el personaje del pre- sentador de un noticiero nocturno Howard Beale, exhorta a su audiencia a ir a sus ventanas y gritar: “¡Estoy loco como el infierno y no voy a soportarlo más!”. El arre- bato impotente de Finch proporciona una heroica respuesta a una apisonadora de adquisiciones corporativas, a una ética sin timón a la caza de dinero aun a costa de cualesquier otro criterio (Kimmel 2013). Refleja también la tendencia catártica, de estallido, de gutural respuesta a un estado de cosas inmanejable y alterado7. Es la tragedia revisitada en su significado central: la representación en el espacio público
7 Para el caso norteamericano Greven (2016) considera como rasgos centrales de los ’60 y ’70: el período de la revolución sexual y la incómoda transformación de la masculinidad estadounidense que se forjó durante y después de la turbulenta y transformadora década de 1960, después de la guerra de Vietnam, el impulso por los derechos civiles, de mujeres y homosexuales, el colapso económico y un aumento en las tasas de delincuencia de la década de 1970
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de una angustia privada (Steiner 2011).
Capitalismo emocional, realismo depresivo, política del temor, discurso de odio, futuro de la nostalgia, son todas categorías o expresiones interdisciplinarias que dan cuenta de la evolución en ascenso de las emociones, al punto que no es posible eludir la pregunta del ¿cómo nos hemos sentido? para dar cuenta de nuestro ser so- cial - ya bien entrado el siglo XXI -, siendo esa tal vez la cuestión que mejor resume las aspiraciones y ansiedades colectivas en torno a la felicidad o el bienestar digital tan en boga.
La confirmación de una emocionalidad instalada en el pináculo de las relaciones de poder, implica una matriz nutricia de las masculinidades para el despliegue de sus performances y estrategias de socialización más caras. Ante ello, una estrategia sensata y pertinente sería la de conservar la humanidad y las pasiones masculinas no para reprimir sino más bien para encauzar armónicamente los afectos y el co- nocimiento de acuerdo con el ideal de la música, tal y como lo señala Bodei (2013, 130) cuando afirma que este ideal “une el máximo de racionalidad y de rigor ma- temático con el máximo de pathos, el máximo de calma con la máxima intensidad en el sentimiento”.
Es importante sostener un diálogo entre las masculinidades hegemónicas y los nuevos pliegues de las masculinidades. Somos productos históricos y vivimos en sistemas estructurales donde los determinantes sociales y las relaciones de poder influencian nuestras formas de actuar, sentir y negociar nuestras identidades, así como también, nosotros en tanto agentes contribuimos socialmente con cada acto y en cada momento. Dentro de un contexto nuevo, desconocido, rápidamente cam- biante y de información desbordante, una reflexión para construir conocimien- to, en el sentido de Habermas (Christoph 1985, Habermas 1968), desde distintas perspectivas y miradas fuera de lo común, nos puede abrir caminos para entender mejor el contexto actual y sentar las bases para futuras investigaciones más especí- ficas y detalladas. La importancia y legitimación que las imágenes y lo digital están adquiriendo actualmente en todas nuestras esferas sociales, económicas e íntimas debido a la pandemia del COVID-19, requiere una comprensión de los procesos de socialización genéricos y de las líneas de acción de las nuevas masculinidades, como también de las feminidades y sus relaciones de poder, identidades, emocio- nalidades, cómo nos relacionamos con nosotros y con otros seres.
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